Segunda temporada de ‘Love’: El amor y otras drogas

Love’ ha vuelto este mes a Netflix para encandilarnos una vez más con la desordenada y encantadora relación (a ratos) de los carismáticos Mickey (Gillian Jacobs) y Gus (Paul Rust), acompañándolo de un empático análisis de lo que significa ser adicto en el siglo XXI.

Lo bueno de las segundas temporadas es que generalmente nos dejan hueco para abarcar historias más detalladas y transcendentales por no hace falta asentar las bases. Es el caso de ‘Love’, cuyo eje central es la relación entre dos personas muy complejas que hace falta comprender antes de avanzar la trama. La temporada pasada les conocimos según se conocían entre ellos, pasando por las primeras impresiones, la fase de luna de miel y la incomodidad de empezar a salir con alguien. Todo lo que tuvo de fresco y divertido la anterior instalación lo tiene de fascinante esta, porque ahora que nos vamos conociendo mejor, no todo son chicas monas en supermercados y tipos ‘awkward’ con gustos curiosos.

Al empezar la temporada la relación estrella está en un hiato, de esos que no se cree nadie pero que son importantes para ambas partes involucradas. Personalmente, ni me acordaba de ello y asumí que retomaríamos la historia con Gus y Mickey aún juntos, porque fue lo que más me marcó de la temporada pasada. Quizás entre en juego que tengo una memoria malísima, pero también puede ser un sentimiento profético, porque tardan poco en volver a juntarse.

Ya lo hablamos la última vez, y es que ‘Love’ capta esta sensación de aspiración de una forma espectacular. Somos cansinos a más no poder, pero el amor ‘millenial’ que nos muestran en esta serie es de una sutileza tan familiar que refleja las dificultades de estar en pareja de una forma espectacular y cómoda, incluso dentro de lo incómodos que pueden ser los protagonistas.

La razón por la que no pueden estar juntos, al menos al principio, es porque Mickey está asumiendo y rehabilitándose de sus adicciones – al alcohol, al amor y al sexo. Es increíblemente valioso que este sea el enfoque de su personaje esta temporada, aunque a veces se quede flojo. Especialmente al comienzo, es empoderante y casi inaudito ver a una mujer alcohólica tomando las riendas de su rehabilitación de manera tan centrada.

Es aquí cuando comienza la problemática de esta temporada – se queda en segundo plano la decisión de la mujer de tomarse un respiro de la toxicidad de las relaciones en las que se inmiscuye, para volver a viejos hábitos en nombre del romanticismo. Vuelven a estar juntos pero aunque Mickey sonría y Gus suspire de alivio, una oscura nube flota sobre ellos prometiendo un mal augurio. Esta tensión y entendimiento hacen que esta problemática trama se convierta en una crítica tanto a aquellos que prolongan una adicción inconscientemente como al peligro de ignorar los problemas mentales (especialmente de mujeres) por amor. Y aún así, aún sabiendo que está mal y que las consecuencias emocionales de aventurarse una vez más en algo así, la química entre los protagonistas es tal que al igual que a ellos, la audiencia nos forzamos a apoyarles.

Aunque Mickey esté disfrutando de su mejor momento profesional y de estabilidad emocional cuando Gus está de viaje en su peor momento tanto emocional como profesionalmente, sigue cayendo en las redes de los viejos hábitos con su ex (Rich Sommer). En el clímax de la temporada nos hacemos conocedores de las peores facetas de los protagonistas: Gus es dependiente, llorón y metepatas y Mickey es narcisista y tiene mucho bagaje emocional. Siendo expuestos a la cara negativa de ambos es refrescante y tranquilizador, porque ahora existe un equilibrio en el que la pareja funciona incluso mejor. Puede que no sean buenos el uno para el otro precisamente por lo bien que encajan sus defectos, pero sí parece esencial que lo intenten, porque cada día que pasa están más seguros de que no pueden vivir el uno sin el otro y sólo podrán salir de ahí si (o cuando) todo cae estrepitosamente.

Ha sido una temporada espectacular porque Jacobs ha vuelto a retratar a la perfección una mujer vulnerable y en busca de un futuro positivo (con podcasters de sexo positivo, que mola más aún) y porque nos ha dado la vuelta a la tortilla y demostrado que Mickey no es la única en esta ecuación que tiene algo por resolver. Han habido momentos entrañables como el día en la playa para darle a la toalla el día que se merecía, contrarrestado con la ansiedad de ser la única persona sobria en una fiesta de gente puesta de setas (Los Ángeles es otro rollo). Las historias paralelas no son esenciales pero sí han ayudado, ya sea porque Bertie (Claudia O’Doherty) es siempre una bola de luz fantástica, o porque Greg (Brett Gelman) es un villano repugnante que ayuda a poner las cosas en perspectiva. La incertidumbre del futuro de la relación, que la temporada pasada retrasaba un poco la acción, sólo ha reforzado la belleza de ésta. Esperamos que la temporada próxima, ya confirmada, continúe esta exploración de una relación que ya entendemos muy bien pero en la que queremos profundizar más.

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