Peaky Blinders 3×02: Montesco y Capulleto

El momento en el que ha vuelto ‘Peaky Blinders’ y su temporada empieza a coger viento es en el que nos damos cuenta lo mucho que nos gusta tener que ver y escribir sobre televisión. El cuidado que se le pone cada año, temporada a temporada, a la serie de BBC Two es tal que podríamos utilizarlo como estándar de máximos que se le pueden pedir a cualquier serie de género criminal, de época o cualquier intersección de ambos.

La tercera temporada ha decidido meterse de lleno en la política británica, algo que ya intuíamos en la ‘season finale’ de la pasada campaña con ese mandato expreso de Winston Churchill de pasar a hacer su juego sucio, y ahora la agenda de los Peaky Blinders es la misma que la de la ahora caída en desgracia Economic League. Esto incluye hacer negocios sucios con la expatriada aristocracia rusa, con el objetivo de ir en contra de los intereses de la Revolución soviética que a unos tanto asusta con respecto a la marcha empresarial nacional y que a otros ha dejado sin hogar y sin medio de negocio. Es hora de explorar las cloacas de esa política.

El problema es que mientras Thomas Shelby (Cillian Murphy) está lidiando con todos estos nuevos asuntos, a pesar de que contraríen a su reciente esposa, el resto de la familia sigue a pie de calle con los mismos jaleos de siempre. John Shelby (Joe Cole) sigue empeñado en que ningún italiano mezcle su sangre con la de la familia y los Changretta están pagando las consecuencias de su mentalidad e insolencia, lo que hará que tarde o temprano les pasen la factura por todo ello. Y no es que Arthur (Paul Anderson) tenga su mente demasiado en el juego, ya que sus propios caminos maritales le llevan a seguir la senda del Señor más que la del Infierno.

Esto deja a Polly (Helen McCrory), una vez más, entre dos aguas. No solo porque tenga que lidiar con todas las opiniones del resto de miembros de la familia sino porque cuando acude el ahora líder patriarcal de la misma es incapaz de respaldar su talante conciliador, quien pasa tanto tiempo utilizando la violencia como herramienta llega a un punto en el que ya no conoce otras vías y es incapaz de pensar de otra forma. Entendible entonces que en cuanto el retratista Ruben Oliver (Alexander Siddig) le hace un poco de caso intente volcar toda su atención en él, es imposible encontrar consuelo dentro de la familia.

Y cuando todos estos elementos confluyen en un evento social organizado por Grace (Annabelle Wallis), la desgracia acecha en cualquier esquina. Si ya la boda fue un escenario perfecto para maquinaciones políticas y algún que otro asesinato, las insidias se duplican en un escenario orquestado para poner a los rusos y a la Liga Económica frente a frente con Thomas Shelby como mediador de ocasión. El problema es que, aunque solo se espere a tensos aliados en el evento, las acciones de toda la familia repercuten también en el patriarca y los italianos no van a desaprovechar la oportunidad de ajustar sus cuentas pendientes.

En un intento de hacer verdadero daño a Thomas, que ha sido el que ha tenido la última palabra a la hora de escalar las acciones con los Changretta, ha sido Grace la que ha recibido el balazo para que los Peaky Blinders sepan qué es que te nieguen estar con quieres por voluntades ajenas. Todo esto da lugar a una escena digna de un cuadro de El Greco, con Thomas abrazando el cuerpo de Grace, Polly corriendo en busca de ayuda, el resto de hermanos pateando a Vincente Changretta (Kenneth Colley) y la heredera del Gran Duque de convidada de piedra.

Lo dicho, artísticamente ‘Peaky Blinders’ es un cenit para el medio de la televisión.

Capitán Valverde
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